Jericó y sus alrededores son el lugar cuyo rostro tratamos de evitar los mexicanos, y que no obstante está pegado a nuestra piel como una polvareda pertinaz. Por ese lugar desfila el circo de los Mártires Errantes, entre los que se encuentra un hombre que hace llover; ahí vive una mujer que mira a los varones de su familia, ocupados en el oficio innombrable, desaparecer uno a uno de la faz de la tierra y aparecer en el espejo desazogado de su casa; por esas calles deambula el viejo policía a quienes los demás miran con piedad, porque su oficio se ha diluido en la tarea de contar muertos, y en las esquinas se oye aún el eco de las últimas palabras pronunciadas en la lengua naári, cuyos últimos hablantes se obligan a sí mismos a olvidar, vocablo a vocablo, bajo el peso atronador de la violencia; en los márgenes de este pedazo de tierra hay también escritores olvidados, periodistas perseguidos, falsos sacerdotes y políticos cumplidores de promesas que no presumen en voz alta. Errantes son estos y otros personajes. como palabras que entraran y salieran de una libreta amarillenta en busca de sentido. Los cuentos que componen este libro, como una novela tramposa, dibujan un pueblo que enmascara su crueldad en el silencio, un pueblo que es todos los pueblos. Con una mirada serena que observa sin pestañear, Nestor Pinacho traza un universo de tintes rulfianos y dolores modernos, como finas pinceladas de sangre, y rescata los murmullos entre el crepitar de un incendio imaginario.

Adrián Chávez