Hablar de la muerte, de la única manera que podemos hacerlo quienes la presenciamos, es tomar distancia y, al mismo tiempo, hacer conciencia de algo desconocido que algún día encararemos. Es en este proceso mental donde la muerte, más como categoría que como proceso, nos ofrece un terreno fértil para la función poética del lenguaje, desmarcándose de la lógica inapelable del proceso biológico.
En Costumbres salvajes, Juan Carlos Cabrera Pons nos ofrece una experiencia lectora que conjuga rito, confesión y crónica en un poema de largo aliento sobre la muerte de su padre. Sin caer en sentimentalismos gratuitos, ni salidas fáciles, dialoga a manera de responso con una larga tradición poética en español (que va desde Jorge Manrique hasta Coral Bracho, pasando por Sor Juana, Quevedo y, naturalmente, Jaime Sabines) haciendo eco de un sinfín de preocupaciones que, develándolas, resultan tan personales que terminan volviéndose las de todas y todos: el duelo por los difuntos, la memoria de sus últimos días, el cuerpo —como frontera entre lo físico y lo espiritual— y la parafernalia tradicional alrededor del entierro.
Así, a medio camino entre lo sagrado y lo profano, Costumbres salvajes se pregunta e indaga, en un acto de escritura opuesto al olvido y con la liturgia como herramienta expresiva, qué quedará de nosotros (y nuestros seres amados) después de muertos: ¿el nombre?, ¿las pertenencias?, ¿las cenizas? Sin embargo, Cabrera Pons nos confiesa, apenas después de decirnos que su libro “no trata de la muerte” y para que nadie se sienta traicionado, que tampoco alberguemos esperanzas porque nuestras costumbres, salvajes o no, tampoco “ofrecen respuestas”.
Francisco Barrios





