El destino de un poeta, inédito o no, es irónico porque no hay nada escrito.
Patricio Gómez Garcés conjuró el suyo con la originalidad del libre albedrío: un grito de independencia para romper la monodia que coloniza todo —y en materia de arte, el talento individual.
Gómez Garcés ejecutó un clavado de gran dificultad: una elegía concéntrica. Un réquiem al padre, a Rod Serling (guionista de la serie televisiva The Twilight Zone) y, por escalofriante añadidura, un réquiem al mismísimo autor de estas páginas. Una misa celebrada por un poeta vívido y vital, fallecido prematuramente.
La poesía es la dimensión desconocida del lenguaje. En ella conversan los difuntos y los vivos crean artefactos que “han intentado tanto traducir a los muertos / que terminan inventándolos. // Los poemas, por ejemplo”. Y los de Patricio son ouijas tan peculiares que le preguntan cosas a los lectores; sus preguntas no buscan respuesta sino su propia e incesante reformulación.
Pensándolo bien, Patricio Gómez Garcés tuvo un solo destino: convertirse en el adelantado maestro de una generación que está por leerlo y releerlo.

Hernán Bravo Varela